No he elegido la película para alabarla, no me gustó demasiado, si no para hablar de los festivales de cine. El niño con el pijama de rayas fue estrenanda en el Festival de San Sebastián y tuve la ocasión de verla allí. Fue la última vez que acudí al festival. Me gusta el cine, lo saben. Sus entresijos, cotilleos y películas, pero no me atrapó acudir al festival. No soy de los que se van a tirar horas esperando ver un famoso, aunque me encantaría cenar con cualquier persona de la farándula, ni entiendo ir al cine a las nueve de la mañana. ¿Qué hora es esa para disfrutar del séptimo arte? ¿Quién se pone una película nada más levantarse de la cama? Que no cuenten conmigo.
No puedo esconder que me encanta el glamour del festival, que me pone nervioso cruzarme con los coches oficiales y pensar que hay una Julia Roberts de la vida dentro, pero nada más. Tengo asumido que no me voy a cruzar con ella en la calle y me voy a convertir en su Richard Gere. También tengo claro que Álex de la Iglesia no se va a fijar en mi para su próxima película.
Los festivales, tiraré de esa expresión que está tan de moda, son un lugar para el postureo. Unos venden sus productos, otros crecen unos centímetros con su acreditación al verse rodeado de estrellas. Yo también sería un poco más alto.
PD: Vuelvo tras un largo verano. Vuelvo con la rutina.